La regla fundamental viene del tío, Silvestre Oliviotti, un inmigrante nacido en Cadore, a 100 km de Venecia, que fundó la heladería en 1957 en el mismo lugar en que está hoy, Corrientes 1695, ciudad de Buenos Aires: todo helado artesanal, decía Silvestre, tiene que venderse en el mismo lugar en que se elabora.
Es el mejor modo de evitar los conservantes y, desde siempre, el principio rector de Cadore, un negocio familiar que ahora sufre una dificultad más argentina que europea: debe racionar su helado estrella, el pistacho, por las trabas para importar ese fruto seco que se produce en Sicilia..